Despues de las primeras semanas de romper con Elena, una noche no pude evitar asistir a un baile. Hallabame hacia largo rato sentado y aburrido en exceso, cuando Julio Zapiola, viendome alli, vino a saludarme. Es un hombre joven, dotado de rara elegancia y virilidad de caracter. Lo habia estimado muchos anos atras, y entonces volvia de Europa, despues de larga ausencia.
Asi nuestra charla, que en otra ocasion no hubiera pasado de ocho o diez frases, se prolongo esta vez en larga y desahogada sinceridad. Supe que se habia casado; su mujer estaba alli mismo esa noche. Por mi parte, lo informe de mi noviazgo con Elena–y su reciente ruptura. Posiblemente me queje de la amarga situacion, pues recuerdo haberle dicho que creia de todo punto imposible cualquier arreglo.
–No crea en esas sacudidas–me dijo Zapiola con aire tranquilo y serio.–Casi nunca se sabe al principio lo que pasara o se hara despues. Yo tengo en mi matrimonio una novela infinitamente mas complicada que la suya; lo cual no obsta para que yo sea hoy el marido mas feliz de la tierra. Oigala, porque a usted podra serle de gran provecho. Hace cinco anos me vi con gran frecuencia con Vezzera, un amigo del colegio a quien habia querido mucho antes, y sobre todo el a mi. Cuanto prometia el muchacho se realizo plenamente en el hombre; era como antes inconstante, apasionado, con depresiones y exaltamientos femeniles. Todas sus ansias y suspicacias eran enfermizas, y usted no ignora de que modo se sufre y se hace sufrir con este modo de ser.
Un dia me dijo que estaba enamorado, y que posiblemente se casaria muy pronto. Aunque me hablo con loco entusiasmo de la belleza de su novia, esta apreciacion suya de la hermosura en cuestion no tenia para mi ningun valor. Vezzera insistio, irritandose con mi orgullo.
–No se que tiene que ver el orgullo con esto–le observe.
–iSi es eso! Yo soy enfermizo, excitable, expuesto a continuos mirajes y debo equivocarme siempre. iTu, no! iLo que dices es la ponderacion justa de lo que has visto!
–Te juro…
–iBah; dejame en paz!–concluyo cada vez mas irritado con mi tranquilidad, que era para el otra manifestacion de orgullo.
Cada vez que volvi a verlo en los dias sucesivos, lo halle mas exaltado con su amor. Estaba mas delgado, y sus ojos cargados de ojeras brillaban de fiebre.
–?Quiere hacer una cosa? Vamos esta noche a su casa. Ya le he hablado de ti. Vas a ver si es o no como te he dicho.
Fuimos. No se si usted ha sufrido una impresion semejante; pero cuando ella me extendio la mano y nos miramos, senti que por ese contacto tibio, la esplendida belleza de aquellos ojos sombrios y de aquel cuerpo mudo, se infiltraba en una caliente onda en todo mi ser.
Cuando salimos, Vezzera me dijo:
–?Y?… ?es como te he dicho?
–Si–le respondi.
–?La gente impresionable puede entonces comunicar una impresion conforme a la realidad?
–Esta vez, si–no pude menos de reirme.
Vezzera me miro de reojo y se callo por largo rato.
–iParece–me dijo de pronto–que no hicieras sino concederme por suma gracia su belleza!
–?Pero estas loco?–le respondi.
Vezzera se encogio de hombros como si yo hubiera esquivado su respuesta. Siguio sin hablarme, visiblemente disgustado, hasta que al fin volvio otra vez a mi sus ojos de fiebre.
–De veras, de veras me juras que te parece linda?
–iPero claro, idiota! Me parece lindisima; ?quieres mas?
Se calmo entonces, y con la reaccion inevitable de sus nervios femeninos, paso conmigo una hora de loco entusiasmo, abrasandose al recuerdo de su novia.
Fui varias veces mas con Vezzera. Una noche, a una nueva invitacion, respondi que no me hallaba bien y que lo dejariamos para otro momento. Diez dias mas tarde respondi lo mismo, y de igual modo en la siguiente semana. Esta vez Vezzera me miro fijamente a los ojos:
–?Por que no quieres ir?
–No es que no quiera ir, sino que me hallo hoy con poco humor para esas cosas.
–iNo es eso! iEs que no quieres ir mas!
–?Yo?
–Si; y te exijo como a un amigo, o como a ti, que me digas justamente esto: ?Por que no quieres ir mas?
–iNo tengo ganas!… ?Te gusta?
Vezzera me miro como miran los tuberculosos condenados al reposo, a un hombre fuerte que no se jacta de ello. Y en realidad, creo que ya se precipitaba su tisis.
Se observo en seguida las manos sudorosas, que le temblaban.
–Hace dias que las noto mas flacas… ?Sabes por que no quieres ir mas? ?Quieres que te lo diga?
Tenia las ventanas de la nariz contraidas, y su respiracion acelerada le cerraba los labios.
–iVamos! No seas… calmate, que es lo mejor.
–iEs que te lo voy a decir!
–?Pero no ves que estas delirando, que estas muerto de fiebre?–le interrumpi. Por dicha, un violento acceso de tos lo detuvo. Lo empuje carinosamente.
–Acuestate un momento… estas mal.
Vezzera se recosto en mi cama y cruzo sus dos manos sobre la frente.
Paso un largo rato en silencio. De pronto me llego su voz, lenta:
–?Sabes lo que te iba a decir?… Que no querias que Maria se enamorara de ti… Por eso no ibas.
–iQue estupido!–me sonrei.
–Si, estupido! iTodo, todo lo que quieras!
Quedamos mudos otra vez. Al fin me acerque a el.
–Esta noche vamos–le dije.–?Quieres?
–Si, quiero.
Cuatro horas mas tarde llegabamos alla. Maria me saludo como si hubiera dejado de verme el dia anterior, sin parecer en lo mas minimo preocupada de mi larga ausencia.
–Preguntale siquiera–se rio Vezzera con visible afectacion–por que ha pasado tanto tiempo sin venir.
Maria arrugo imperceptiblemente el ceno, y se volvio a mi con risuena sorpresa:
–iPero supongo que no tendria deseo de visitarnos!
Aunque el tono de la exclamcion no pedia respuesta, Maria quedo un instante en suspenso, como si la esperara. Vi que Vezzera me devoraba con los ojos.
–Aunque deba avergonzarme eternamente–repuse–confieso que hay algo de verdad…
–?No es verdad?–se rio ella.
Pero ya en el movimiento de los pies y en la dilatacion de las narices de Vezzera, conoci su tension de nervios.
–Dile que te diga–se dirigio a Maria–por que realmente no queria venir.
Era tan perverso y cobarde el ataque, que lo mire con verdadera rabia. Vezzera afecto no darse cuenta, y sostuvo la tirante expectativa con el convulsivo golpeteo del pie, mientras Maria tornaba a contraer las cejas.
–?Hay otra cosa?–se sonrio con esfuerzo.
–Si, Zapiola te va a decir…
–iVezzera!–exclame.
–… Es decir, no el motivo suyo, sino el que yo le atribuia para no venir mas aqui… ?sabes por que?
–Porque el cree que usted se va a enamorar de mi–me adelante, dirigiendome a Maria.
Ya antes de decir esto, vi bien claro la ridiculez en que iba a caer; pero tuve que hacerlo. Maria solto la risa, notandose asi mucho mas el cansancio de sus ojos.
–?Si? ?Pensabas eso, Antenor?
–No, supondras… era una broma–se rio el tambien.
La madre entro de nuevo en la sala, y la conversacion cambio de rumbo.
–Eres un canalla–me apresure a decirle en los ojos a Vezzera, cuando salimos.
–Si–me respondio mirandome claramente.–Lo hice a proposito.
–?Querias ridiculizarme?
–Si… queria.
–?Y no te da vergueenza? ?Pero que diablos te pasa? ?Que tienes contra mi?
No me contesto, encogiendose de hombros.
–iAnda al demonio!–murmure. Pero un momento despues, al separarme, senti su mirada cruel y desconfiada fija en la mia.
–?Me juras por lo que mas quieras, por lo que quieras mas, que no sabes lo que pienso?
–No–le respondi secamente.
–iNo mientes, no estas mintiendo?
–No miento.
Y mentia profundamente.
–Bueno, me alegro… Dejemos esto. Hasta manana. ?Cuando quieres que volvamos alla?
–iNunca! Se acabo.
Vi que verdadera angustia le dilataba los ojos.
–?No quieres ir mas?–me dijo con voz ronca y extrana.
–No, nunca mas.
–Como quieras, mejor… No estas enojado, ?verdad?
–iOh, no seas criatura!–me rei.
Y estaba verdaderamente irritado contra Vezzera, contra mi…
Al dia siguiente Vezzera entro al anochecer en mi cuarto. Llovia desde la manana, con fuerte temporal, y la humedad y el frio me agobiaban. Desde el primer momento note que Vezzera ardia en fiebre.
–Vengo a pedirte una cosa–comenzo.
–iDejate de cosas!–interrumpi.–?Por que has salido con esta noche? ?No ves que estas jugando tu vida con esto?
–La vida no me importa… dentro de unos meses esto se acaba… mejor. Lo que quiero es que vayas otra vez alla.
–iNo! ya te dije.
–iNo, vamos! iNo quiero que no quieras ir! iMe mata esto! ?Por que no quieres ir?
–Ya te he dicho: ino-qui-e-ro! Ni una palabra mas sobre esto, ?oyes?
La angustia de la noche anterior torno a desmesurarle los ojos.
–Entonces–articulo con voz profundamente tomada–es lo que pienso, lo que tu sabes que yo pensaba cuando mentiste anoche. De modo… Bueno, dejemos, no es nada. Hasta manana.
Lo detuve del hombro y se dejo caer en seguida en la silla, con la cabeza sobre sus brazos en la mesa.
–Quedate–le dije.–Vas a dormir aqui conmigo. No estes solo.
Durante un rato nos quedamos en profundo silencio. Al fin articulo sin entonacion alguna:
–Es que me dan unas ganas locas de matarme…
–iPor eso! iQuedate aqui!… No estes solo.
Pero no pude contenerlo, y pase toda la noche inquieto.
Usted sabe que terrible fuerza de atraccion tiene el suicidio, cuando la idea fija se ha enredado en una madeja de nervios enfermos. Habria sido menester que a toda costa Vezzera no estuviera solo en su cuarto. Y aun asi, persistia siempre el motivo.
Paso lo que temia. A las siete de la manana me trajeron una carta de Vezzera, muerto ya desde cuatro horas atras. Me decia en ella que era demasiado claro que yo estaba enamorado de su novia, y ella de mi. Que en cuanto a Maria, tenia la mas completa certidumbre y que yo no habia hecho sino confirmarle mi amor con mi negativa a ir mas alla. Que estuviera yo lejos de creer que se mataba de dolor, absolutamente no. Pero el no era hombre capaz de sacrificar a nadie a su egoista felicidad, y por eso nos dejaba libre a mi y a ella. Ademas, sus pulmones no daban mas… era cuestion de tiempo. Que hiciera feliz a Maria, como el hubiera deseado…, etc.
Y dos o tres frases mas. Inutil que le cuente en detalle mi turbacion de esos dias. Pero lo que resaltaba claro para mi en su carta–para mi que lo conocia–era la desesperacion de celos que lo llevo al suicidio. Ese era el unico motivo; lo demas: sacrificio y conciencia tranquila, no tenia ningun valor.
En medio de todo quedaba vivisima, radiante de brusca felicidad, la imagen de Maria. Yo se el esfuerzo que debi hacer, cuando era de Vezzera, para dejar de ir a verla. Y habia creido adivinar tambien que algo semejante pasaba en ella. Y ahora, ilibres! si, solos los dos, pero con un cadaver entre nosotros.
Despues de quince dias fui a su casa. Hablamos vagamente, evitando la menor alusion. Apenas me respondia; y aunque se esforzaba en ello, no podia sostener mi mirada un solo momento.
–Entonces,–le dije al fin levantandome–creo que lo mas discreto es que no vuelva mas a verla.
–Creo lo mismo–me respondio.
Pero no me movi.
–?Nunca mas?–anadi.
–No, nunca… como usted quiera–rompio en un sollozo, mientras dos lagrimas vencidas rodaban por sus mejillas.
Al acercarme se llevo las manos a la cara, y apenas sintio mi contacto se estremecio violentamente y rompio en sollozos. Me incline detras de ella y le abrace la cabeza.
–Si, mi alma querida…?quieres? Podremos ser muy felices. Eso no importa nada…?quieres?
–iNo, no!–me respondio–no podriamos… no, iimposible!
–iDespues, si, mi amor!… ?Si, despues?
–iNo, no, no!–redoblo aun sus sollozos.
Entonces sali desesperado, y pensando con rabiosa amargura que aquel imbecil, al matarse, nos habia muerto tambien a nosotros dos.
Aqui termina mi novela. Ahora, ?quiere verla?
–iMaria!–se dirigio a una joven que pasaba del brazo.–Es hora ya; son las tres.
–?Ya? ?las tres?–se volvio ella.–No hubiera creido. Bueno, vamos. Un momentito.
Zapiola me dijo entonces:
–Ya ve, amigo mio, como se puede ser feliz despues de lo que le he contado. Y su caso… Espere un segundo.
Y mientras me presentaba a su mujer:
–Le contaba a X como estuvimos nosotros a punto de no ser felices.
La joven sonrio a su marido, y reconoci aquellos ojos sombrios de que el me habia hablado, y que como todos los de ese caracter, al reir destellan felicidad.
–Si,–repuso sencillamente–sufrimos un poco…
–iYa ve!–se rio Zapiola despidiendose.–Yo en lugar suyo volveria al salon.
Me quede solo. El pensamiento de Elena volvio otra vez; pero en medio de mi disgusto me acordaba a cada instante de la impresion que recibio Zapiola al ver por primera vez los ojos de Maria.
Y yo no hacia sino recordarlos.